Boletín Nº 15 (Abril de 1994)

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OFICIOS PARA EL RECUERDO: Los abarqueros

Bajo este epígrafe queremos recoger, en los próximos números, una información lo más completa posible de todos aquellos oficios y trabajos hoy desaparecidos o casi desaparecidos (abarqueros, aceiteros, talabarteros, maestros ambulantes, semaneros, muleros, carreros, etc...) y que han constituido una aportación humana, económica, social y cultural importante para nuestro pueblo.
La evolución experimentada en España en los últimos 30 años, en el terreno laboral, ha sido tal que, como todos constatamos, nuestro pueblo hoy no tiene casi ningún parecido con lo que conocíamos en nuestra infancia los que andamos por los 40... Pero si es cierto que el pasado condiciona el presente y prepara el futuro, no estaría de más recordar lo que ha sido el trabajo desarrollado por tantos goreños y goreñas que fueron dejando en él su vida sin obtener a cambio, en muchas ocasiones, una justa recompensa a su esfuerzo. Para todos ellos nuestro reconocimiento.

Y... por empezar de alguna manera esta sección, se me ocurre hacerlo con un oficio que quizá recuerde poca gente: Se trata de los ABARQUEROS o fabricantes de abarcas, calzado rudimentario que se utilizaba para el trabajo en el campo y cuyas condiciones de comodidad no eran precisamente las más idóneas.
Los pocos conocimientos que puedo aportar sobre este oficio los he obtenido a través de mi padre, quien, echando mano de su memoria, me ha facilitado la siguiente información que transcribo literalmente:
«De mis tiempos de adolescente, recuerdo con nostalgia algo que me parece un sueño: Allá por los años treinta, existía en la «Cañada de la Cueva» una fábrica de calzado cuyo dueño era mi tío Andrés. Empezó este trabajo al encontrarse una rueda de automóvil en la carretera, con la cual hizo una «albarca». Empezó, como digo, haciendo abarcas que, como recordamos se trataba de un calzado hecho todo de goma, del cual recuerdo el proceso de elaboración:
Había una máquina troqueladora, así se llamaba, y era una plancha de hierro en su base y otra plancha que subía mediante un engranaje, dándole vueltas; cuando estaba arriba del todo, el trabajador le daba con fuerza y caía sobre unos moldes de hierro que cortaban las suelas. Por cierto que el trabajador que manejaba esta máquina se llamaba Antonio Peña, de apodo «el Guardilla». Otro se encargaba de cortar las caras, también de goma, con unos moldes destinados para ello y, por último, unos tres o cuatro se encargaban de unir las caras a las suelas mediante lañas de alambre.
Esta empresa incipiente, que llegó a tener una plantilla de 12 ó 15 trabajadores y otros tantos indirectos, hacía también zapatos y alpargatas de artesanía aunque el «plato fuerte» eran las abarcas.
En cuanto a la comercialización, las abarcas tuvieron épocas de gran demanda llegándoles a faltar producción, pues además de la venta que se hacía directamente al público que se desplazaba desde el pueblo y los anejos, llevaban diariamente pedidos a la estación de Gorafe con tres caballerías.
A través de la RENFE suministraban a toda la zona del Marquesado y Montes Orientales así como al Levante Almeriense.
El precio de un par de abarcas en el 1932 era de 3 ptas. Muchos clientes se llevaban también la mercancía a cambio de una «obrá» de labor con yunta que valía el mismo dinero. Otros, a cambio de dos jornales que suponían el mismo valor.
La materia prima (gomas fundamentalmente) la recibían de fábricas de Barcelona que, de reporte con las caballerías, recogían en la Estación de Gorafe.
Hacia el año 1934, trasladaron el negocio a Baza, concretamente en la calle Caños Dorados, donde aún tomó mayor fuerza pero, desgraciadamente al estallar la guerra civil del 36, empezó a decaer hasta que en la década de los 50 cerró sus puertas. Posteriormente, un empleado, José Escudero Burgos «Perejil» continuó en Baza siendo abarquero y abasteciendo la comarca de este producto que poco a poco el progreso hizo desaparecer del mercado»

Andrés García Yeste. Mª Carmen García

 

 

 

 

San Blas

Obispo y mártir, m. en el año 316. Los relatos de su vida y martirio no datan más que del siglo IX, aunque no están del todo destituidos de fundamento, ya que estaba muy arraigada en el pueblo la tradición de aquellos, y de ella se había hecho eco la liturgia
Ragusa, Tarento y otras ciudades creen poseer reliquias del santo, que fue uno de los más populares de la Edad Media.
Según la leyenda, San Blas fue médico en Sebaste (Armenia), en cuya profesión se hizo conocer por los milagros con que acompañaba a sus curaciones. Vacante la sede episcopal de dicha ciudad, fue elevado a aquella dignidad, pero al poco tiempo se retiró a la soledad de una caverna, donde vivía como austero penitente.
Cuando los criados de Agrícola, prefecto de Capadocia, en nombre del emperador Licinio, le descubrieron, encontraron su morada rodeada de numerosas fieras. Encarcelado, intentó Licinio, con gran interés, ganarle para el paganismo y, al no conseguirlo, mandó decapitarle juntamente con siete mujeres.
En muchos lugares se bendice el día de su fiesta con dos velas, que puestas en cruz, se colocan sobre la cabeza de los fieles y se toca con ellas la garganta, contra cuyos males es invocado, porque al ser llevado a la cárcel una madre le presentó a un hijo que se le moría, por habérsele atragantado una espina, y San Blas le curó. Se bendice también pan y sal para la curación de enfermedades de hombres y bestias; asimismo aceite en el que se inmerge el pábilo de la vela.
Los cardadores lo tienen como patrón, porque antes de serle cortada la cabeza, con un peine de hierro le desgarraron las carnes.
En Rusia es el patrón de los ganados, porque las bestias salvajes en gran número iban en el desierto a su caverna para que las bendijera.
Se le representa con dos velas cruzadas en una mano, con el peine de hierro, con el niño al que sacó la espina, con un puerco (que un lobo había arrebatado a una mujer, a la que le fue devuelto por orden del santo), o por fin, en la cueva rodeado de bestias del bosque.
La Iglesia Oriental le venera el 11 de febrero y la Iglesia Católica el 3 del mismo mes.
Entre los dichos populares más conocidos referidos a San Blas tenemos:
«En llegando San Blas, pon pan y vino en el morral, que día no te faltará» (Aconseja que por dicha época, no salgan los labradores al campo sin víveres, por alargarse el día y ser necesarios).
«Por San Blas, besugos atrás». (Denota no ser buena la carne de besugo en aquel tiempo en que ya empieza a hacer menos frío.)
«Por San Blas, cigüeñas verás» (Por esa época del año empiezan a aparecer las cigüeñas, que han pasado el invierno en climas más cálidos.)
«¡San Blas bendito, que se ahoga este angelito!» (Locución usada en Andalucía cuando a alguna criatura se le ha atravesado algo en la garganta. A veces se dice en sentido irónico a las personas mayores, cambiando la palabra angelito por animalito o borriquito.)
«Una y no más, señor San Blas» (Con estas palabras, significa uno que no consentirá la repetición de alguna cosa.)
En el siglo XII se creó, en honor del obispo de Sebaste, la Orden Militar de Armenia, a la vez que para bien del culto y vida de la fe religiosa, para combatir por medio de sus religiosos a los mahometanos. Vestían los caballeros de esta orden traje azul y cruz de oro, en cuyo centro se distinguía la imagen de San Blas. Esta Orden Militar dejó de existir cuando los turcos conquistaron Armenia.
Otros santos homónimos fueron: San Blas, obispo y mártir de Beroli, que padeció junto con San Demetrio (su fiesta es el 29 de noviembre); San Blas, obispo de Oreto (España), mártir en tiempos de Nerón (su fiesta es también el 3 de febrero) y San Blas, obispo de Verona, m. en 750 (su fiesta es el 22 de junio).

 

 

 

 

SIN SOL Y SIN MOSCAS

Los Toros; con sol y moscas. Esta es la condición que siempre los taurinos solicitaron del tiempo para que una tarde de Toros fuese lucida. Pero el día de Navidad el Sol no salió por miedo al frío y las moscas se quedaron en la «mesa camilla».
Ante tal situación, Jesús Almería y Antonio Pablo Ruíz debieron vérselas con cuatro becerros regordios de Alfredo Pérez de juego desigual, con los buidos pitones del aire Norte y con la amenazante embestida de un cielo con panza de burra. Pero no menos heroica fue la comparecencia de los aficionados que llenaron un cuarto del aforo pertrechados de aperos de abrigo: gorros hasta las orejas, pellizas oliendo a alcanfor, la manta sobrecamera y la de viaje, latas de ascuas como en las escuelas de antes, y algunos hasta la botella de «la coñac».
Parar, mandar, templar y ligar son normas del toreo dictadas para tardes de estío. Pero de dificil cumplimiento cuando el frío hiela hasta las ideas, engarrota las muñecas y hace tiritar las piernas. Circunstancias que de por si solas justifican el pobre balance de la tarde.
Jesús Almería; anduvo soso en su primero. Sobrado de movimiento y falto de confianza, apenas si robó algún muletazo limpio a su oponente. Mató de estocada trasera e infinidad de pinchazos en medio del desconcierto general de su cuadrilla. Escuchó dos avisos. Silencio y pitos.
Merece ser destacado el comportamiento de toro bravo que exhibió el becerro, resistiéndose a doblar hasta que se derrumbó muerto.
Al segundo lo recogió bien con el capote dada su excelente embestida, que como diría algún revistero: «hacía el avión». Con la muleta volvió a estar desconfiado y falto de sitio, sin transmitir nada a los gélidos tendidos. Mató de estocada caída tras un primer intento fallido en el que clavó el acero en la arena. Silencio y pitos.
Antonio Pablo Ruíz; se encontró con un bravo y noble becerro como primer oponente. Unicamente destacó en banderillas, donde estuvo voluntarioso y con muchas facultades. Pero toreó, según se dice ahora, sin cargar la suerte. Concepto de difícil definición, pero sobre el que todos los aficionados discuten. Citó echando la pierna contraria atrás en el momento del embroque y sin meter la barriga en la trayectoria del animal, por lo que su labor fue deslucida. Hubo algunos olés, pero se helaban nada más exclamarlos. Mató de estocada que hizo guardia y otra perpendicular. Una oreja.
Su segundo ya avisó en los primeros compases que llevaba el peligro en la sangre. Volvió a estar hábil Antonio Pablo en banderillas, salvando las reducidas dimensiones de la Plaza con soltura. Y fue en el último par de la tarde cuando salió a cortar el Sobresaliente (Morenito de Granada) con tan mala fortuna que resbaló y cayó al suelo, el burel hizo por él lanzándole un derrote que a poco estuvo de rebanarle la yugular. No tardó el espada en aliñar y abreviar su faena tras ser entrampillado a la salida de un derechazo. Mató de una estocada delantera. El acierto con la espada y la brevedad con los aceros le valieron la segunda oreja de la tarde.
Salió el público como dos por tres por las calles en busca de la lumbre, castañeteando con los dientes los acordes de «En er mundo», y pensando que estas aficiones, como las bicicletas, son para el Verano.

Andrés García Jiménez